Siempre creí que quien sueña despierto es proclive a desarrollar conflictos con el sano dormir más que quien no lo hace. Esto, según mi teoría no comprobada científicamente, pero basada cien por ciento en la intuición y en la experiencia personal, sobreviene por desafiar la naturaleza onírica, que, siempre, desde el principio, fue propiedad intelectual, material y espiritual de la noche, y ahora la vemos torcida y vilipendiada. No por nada los sueños, subjetivos y figurados, guardan estrecha relación con las bellas particularidades de la noche, dígase la luna, dígase las estrellas, dígase el rocío, todos ellos subjetivos, figurados, y hasta guardadores de una belleza poética, siendo ésta la más compleja de desarrollar y la más dura de sobrellevar.
Jamás fui una distraída común, de esas que ve un objeto, una imagen, una figura, y que, sea extraordinaria o sea simple, siente la imaginación convocada a fecundar y parir miles de fantasías en segundos. Eso es lo que llamo soñar despierto, y es precisamente un ejercicio por completo ajeno a mis normales hábitos.
Así, teniendo cuentas claras y amistades largas con el sueño y sus compinches, jamás me había visto sorprendida en los sueños por asaltos nocturnos, emboscadas, peleas, zafarranchos, remambarambas, trifulcas donde participen pesados e hipnóticos sueños.
Es por eso que ahora me extraña y me alarma que, siendo las 8.00 de la mañana de un 15 de Marzo de 1996, mi límpida mente, mi hermosa conciencia, sean maltratadas por una turba de sueños maléficos, confundiéndose con realidad, haciéndose pasar por los héroes pero siendo los villanos de ésta historia que bien podría llamarse Un molesto no poder despertar.
Jamás fui una distraída común, de esas que ve un objeto, una imagen, una figura, y que, sea extraordinaria o sea simple, siente la imaginación convocada a fecundar y parir miles de fantasías en segundos. Eso es lo que llamo soñar despierto, y es precisamente un ejercicio por completo ajeno a mis normales hábitos.
Así, teniendo cuentas claras y amistades largas con el sueño y sus compinches, jamás me había visto sorprendida en los sueños por asaltos nocturnos, emboscadas, peleas, zafarranchos, remambarambas, trifulcas donde participen pesados e hipnóticos sueños.
Es por eso que ahora me extraña y me alarma que, siendo las 8.00 de la mañana de un 15 de Marzo de 1996, mi límpida mente, mi hermosa conciencia, sean maltratadas por una turba de sueños maléficos, confundiéndose con realidad, haciéndose pasar por los héroes pero siendo los villanos de ésta historia que bien podría llamarse Un molesto no poder despertar.
A las 8 en punto el estéreo-despertador me grita que es hora de despertar, de comenzar un día saturado en grasas y actividades.
Adormilada, soportando el peso del casi sólido sueño y de los gruesos cobertores que me abrigaban, me irgo, estiro el brazo cual mujer elástica y logro apagar el ensordecedor alboroto. Me recuesto y el sueño vuelve. 5 minutos más siempre vienen bien, sobre todo cuando hablamos de sueño.
No había advertido que la bombilla de la habitación a veces parece una rosa, o tulipán, o margarita, o alcatraz, de nuevo rosa, con ojos, con brazos, con pies, con cuerpo que crece, se extiende, se apodera del techo. Las rosas, cuando se expanden y cruzan fronteras, cuando se convierten casi en dioses de los humanos, cambian de forma y color, de aroma y textura. A la de mi cuarto, después de años de parecer foco, le ha dado por volverse enredadera que ahora se multiplica como una plaga de ratas y va, gradualmente, deslizándose con el misterioso halo abrumador con que la lava escurre del volcán, embadurnando colinas y valles, sepultando todo en su desliz.
Mi dormitorio se ha vuelto una jungla. No de asfalto, que esa se encuentra allá afuera, sino tapizada de un follaje verde con mil brazos que se estiran, me alcanzan y traspasan la piel inyectándome clorofila. «Mi sangre no es verde», repito tratando de tranquilizarme. Quizá me exija la naturaleza convertirme en parte de ella, después de todo lo que le he robado. «Se me hizo fácil», me oigo decir a mí misma en el noticiero radial matutino.
Una joven universitaria fue sorprendida in fraganti mientras despojaba a nuestra Madre Naturaleza de frutas, verduras y legumbres, con el falso pretexto de enriquecerse en vitaminas, proteínas, calcio, fósforo, potasio, ácido fólico, ácido pantoténico.
«El ácido pantoténico no lo robé. Él vino a mí». Sigo gritando asaltada por micrófonos y cámaras, luces y relampagueos.
Obvio es decir que los culpables de este reprobable hecho no son otros mas que los medios de comunicación de masas. Sí, estimados radioescuchas, nosotros somos quienes, en nuestro afán de engordar los bolsillos, hemos imbuido a las nuevas generaciones una falsa cultura de nutrición, al mismo tiempo que extendemos a su alcance miles de productos representantes de la moda actual de bueno y alto nivel alimentario. Así, tanto a los menos instruidos como a las clases más intelectuales, siempre los hemos forzado a seguir las pautas de cambio social. Sin consumir y desechar, estaríamos muertos señores. «El pobre hombre se está contradiciendo», un tímido balbuceo asoma por mi boca, que luce flácida y desforzada, como si estuviera sedada.
Ni un paso más adelante con estos medios de pacotilla. No somos más que mierda moldeada con la figura de personas.
En la celda me regalaron un libro. Siempre estoy leyendo la penúltima hoja. Cuando comienzo la última, en hoja impar, detrás de ella le nacen más letras, otra hoja, son dos páginas más que tendré que leer. El libro se llama Guía práctica para entender el universo, y, al igual que los números, no tiene final, creo yo. Espero no me entrevisten, no sabría que decir, tampoco hasta qué número contar. Podría ser también, sin intentar agraviar al humano que lo lea, un libro sobre la estupidez humana.
De todas formas lo quiero mucho. Creo que, con el tiempo y con la íntima convivencia con sus letras y su perfume a tinta, me podré enamorar de él. Es ahora cuando lo abrazo como abrazo a mi almohada. El grillete que tenía de pronto se convierte en una cobija san marcos, no quita el frío pero sí molesta hasta los ovarios. Cierto es que cuando están sensibles son insoportables.
De todas formas lo quiero mucho. Creo que, con el tiempo y con la íntima convivencia con sus letras y su perfume a tinta, me podré enamorar de él. Es ahora cuando lo abrazo como abrazo a mi almohada. El grillete que tenía de pronto se convierte en una cobija san marcos, no quita el frío pero sí molesta hasta los ovarios. Cierto es que cuando están sensibles son insoportables.
Cuando el mundo gira tan rápido me mareo y me dan náuseas. El planeta está al revés, la moral y la ética también, pero lo prioritario en mi lista de preocupaciones es asirme a algo para no caer al vacío. Me asusta morir vagando en el universo como las estrellas, como las nubes ensimismadas y parsimoniosas en el cielo, como las personas en las calles.
Calles que gritan en silencio y sangran por pequeñas aberturas en el asfalto. De las alcantarillas emergen pálidos fantasmas acromáticos con rostros alargados y formas inefables. Me pregunto si ellos soñarán en blanco y negro, lo cual no dudo mucho. La ciudad, tan tiste y moribunda, ha llegado al catastrófico extremo de compartir los sueños con las extraviadas almas urbanas.
Lo funesto y aplastante es que yo soy una de esas almas. Para muestra, basta la alarma del estéreo que sigue sonando.
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