Turismo II

Miré por la ventana a aquellos seres que, en la acera de enfrente, sobre Pino Suárez, esperaban el ruta 1 o el 206 o el Estanzuela. Unos con paraguas, otros con un débil y remojado periódico, los menos afortunados sólo acogidos a la alejada esperanza de que dejara de llover, aunque es poco lo que esta vacía fe protege de la lluvia, sobre todo cuando es tan débil, sobre todo cuando el aguacero es tan impetuoso y crudo que parece no tener equiparables en el universo entero. El temor a mojarse, la fobia a enfermarse, el miedo a resbalarse, el pánico a caerse eran desesperados gritos que lanzaban los rostros de los transeúntes, temores casi como los de quien mira a un fantasma. Y es que, a fin de cuentas, la lluvia también termina siendo uno de esos fantasmas comunes, que, no por el hecho de ser visible, tangible y natural, deja de ser paranormal, con todo lo que ésto implica. Tras la fría protección de la ventana, estuve seguro que las gotas que resbalaban afuera del vidrio querían seducir al vapor que comenzaba a empañarlo por dentro. Con el dorso de la mano deshice la capa de vapor, pues odiaba los momentos románticos, independientemente de quienes se viesen involucrados. Luego, cuando fui a tomar una taza de café y mientras intentaba no quemarme la lengua con él, advertí que el vidrio se había empañado de nuevo, pero no tuve el valor para borrarlo.