
Esa tarde tuve que regresar caminando de la escuela, tan vacío de dinero, necedades y cordura, que en un ineludible impulso me di a la tarea de ser feliz, desprendiéndome de todo lo que me imposibilitara de aquello. Quedaban entonces, desperdigados por el asfalto de la noche, alcanzados por luces falsas, esos restos de infelicidad y desdicha que, desde siempre, estuvieron atados a mi suerte, la mano triste, el brazo pusilánime, la rodilla débil, el ojo ingenuo, la nariz rinorreica, entre otras superfluidades, de manera que iba, progresivamente, mutando en alguien incompleto y feliz, constatando que dichos adjetivos y, consecuentemente sus cualidades, pueden convivir sanamente en un mismo cuerpo, una misma alma, una misma mente. Fue entonces que, con menos de la mitad de lo que soy, aunque más feliz de lo que solía ser, la vi cruzando Venustiano Carranza, a altura de Padre Mier. Apuré el andar, desquiciado por alcanzarla, con el esfuerzo de quien carga algo sumamente pesado, un mundo, un remordimiento, un alma, podría ser, aunque el intento parecía inútil, pues, ya con solamente media pierna, respirando con un abandonado y decaído pulmón, el caminar provechosamente se volvía una tarea inasequible. Desahuciado, al ver que se alejaba por las calles rojas, amarillas y verdes debido a los rutilantes semáforos, deseé brindarle un homenaje palpitante y alcé la mano que me quedaba para sacarme el corazón, pero me di cuenta que ya no lo tenía, pues se había extraviado en ese drenar de banalidades. Rehice el camino, tardando horas en encontrar el lugar donde lo había dejado. Pude llegar sólo porque, afortunadamente, guiándome con el único oído que me restaba, escuché su perenne eco, sístole, diástole. Cuando llegué al lugar, casi arrastrándome, vuelto un espantajo, luego de reconocer en el asfalto todo lo que anteriormente me perteneció, advertí que no estaba el corazón, descubrí que alguien más lo había tomado. Pensé que iba a llorar, pero no tenía lagrimales. Duré toda la noche intentando suavizar la respiración, pues, como he dicho antes, sólo me quedaba un pulmón.
7 comentarios:
primo =D hayaste tu corazon hehe con media humanidad
muy padre el cuento express
tan desordenado como siempre...siempre deja las cosas tiradas por todos lados =P
buena historia Heliazar
aa k buena onda.. kien iba a decirlo k escribias tan lindo :D
luego seguire leyendo las otras cosas k has escrito pero con este k akabo de leer me di cuenta k hay cosas buenas por leer en tu blog :D
shido hechale ganas..
la vida moderna es como un cáncer de corazón que se expande hasta convertir todos nuestros órganos en cagada...ni hablar, la decepción es algo real.
la vida moderna es como un cáncer de corazón que se expande hasta convertir todos nuestros órganos en cagada...ni hablar, la decepción es algo real.
Pues de verdad que tenía era tan mundano lo que perdio, que resultó que se esfumó como todo lo que en esta tierra anda.
Qué onda Heliasár... yo aquí checando tu espacio y leendo tus letras.
Pues está de agasajo, me va a servir para cuando tenga ganas de hacer algo en el trabajo :P.
Felicidades me gusta lo que creas...
Ups.... no sé que me pasó en el primer renglón... yo quería decir...
Pues de verdad que lo que tenía era tan mundano que lo perdío...
Ya sabes... debrayes de mediodía :P
Publicar un comentario