
Dejó de llamarse Luis cuando dejó de ser una persona, pues, siendo ahora un número, debía llevar un nombre que concordara con tal identidad, así que lo rebautizaron Siete Veintisiete.
Luego de convertirse en dígito, comenzó a laborar como minuto en un reloj-despertador. A las siete con veintisiete, fuera hora de la mañana, fuera hora de la tarde, Siete Veintisiete cumplía su precisa y repentina aparición en la pantalla del aparato, para un minuto después esfumarse, ocultarse en el oscuro y frío limbo que aguarda tras el mundo del tiempo, y ceder su lugar a otro de sus colegas, Siete Veintiocho, quien, luego de sesenta segundos, dejaba también su espacio para la llegada de Siete Veintinueve, y así sucesivamente.
Pensó que, no pasando de ser un número, la facultad de sus sentidos se reduciría hasta que éstos se volvieran tristes, aburridos, fríos, a imagen y semejanza del mismo sistema numérico que ahora lo regía. Muy equivocado estuvo, pues comprobó no solamente que seguía guardando cierta sensibilidad emocional, sino que, más allá de la fina capa de plástico que protegía la pantalla del reloj, existía un mundo de sensaciones aún a su alcance, el cual muy pronto conocería, no sabía todavía si para fortuna o para desdicha.
Resultó que el reloj cambió de manos, mudó de dueño, al menos así lo percibió Siete Veintisiete, pues no era ya el propietario ese chico apresurado quien siempre buscaba la hora, sino una mujer joven, de cabello rojizo y alisado y de ropas formales y bien presentables, quien ahora tenía el aparato en su cuarto, al cual todas las mañanas, antes de salir al trabajo, miraba una considerable cantidad de veces, como si fuera éste la constante amenaza que se encargaba de que no se ausentara de sus obligaciones.
Dos minutos al día podía Siete Veintisiete ver a la mujer. Por la mañana, cuando el alba recién clareaba, dejando entrar una leve luminosidad por la ventana, la cual, de una forma que a Siete Veintisiete se le antojaba sublime y romántica, poética y estética, blanqueaba un poco el rostro de la mujer y encendía el rojizo brillo de su cabello. Por la noche, cuando, trágica víctima de la rutina y del caos urbano, la mujer arribaba a su hogar, a su recámara, y, con flojos ánimos, con raquíticas fuerzas, se desnudaba a una velocidad impensable, lentísima, presta a tomar un baño que la relajara y le inyectara nuevos bríos, aunque él, debido a sus escasos sesenta segundos de libertad, nunca terminaba de presenciar este ritual.
Se le iban así los días a Siete Veintisiete, quien, con extraña ansia y sufrido desvelo, aguardaba el lento desfile de sus colegas minutos para, cada doce horas, llegado el turno y la oportunidad, contemplar, si bien sólo sesenta segundos que se deslizaban como una nada, la figura de quien tanto embelesamiento le causaba, tanta admiración, tanto pasmo convertido en un hueco interno, una concavidad sólo capaz de ser llenada con ella misma, con su cabello rojizo y su dócil piel de cielo nocturno.
El día que Siete Veintisiete finalmente supo el nombre de aquella sensación despertada por la mujer, estuvo plenamente convencido y dispuesto a expresarle, de una manera que aún no maquinaba, pero que, pensaba él, pronto descubriría, eso que sentía por ella. Ideas que iban, ideas que venían, fue tejiendo en su mente el discurso adecuado para hacerle frente y, justo cuando creyó tenerlo, dio la hora de la verdad, llegó el momento exacto en que tendría que confesar cómo un Minuto es ingenuamente capaz de enamorarse de alguien con quien tiene escasísima semejanza. Por más humano que Siete Veintisiete haya sido, ha quedado esa identidad en el pasado, ahora es él un minuto que no vale más que sesenta miserables segundos, los cuales, como antes se ha dicho, discurren en un triste y relampagueante pálpito de corazón. Siete Veintisiete cree que no por ser un minuto, de los más bajos en rango, por cierto, pierde la esperanza de abrirse y entregarse ante el sentimiento mayor. Quizá tenga razón, ¿quiénes somos nosotros, atribulados seres de la tierra, poco dueños de nosotros mismos, para negarle a un minuto sus derechos sentimentales?Un Siete Veintisiete inquieto, ávido de liberar aquel extenuante discurso que finalmente vendría a extinguir la presión que rasgaba adentro de su pecho, esperó a la mujer. Expiró el tiempo, desfallecieron los sesenta segundos a los cuales tenía derecho, y él, con terrorífica certeza, pues no era ella alguien que fallara en su puntualidad, estuvo seguro de que a la mujer le había llegado el turno de convertirse en número, de perder su autonomía ante el mundo, ante el universo entero, para estar así atada al completo servicio del sistema, entonces, después de darse cuenta que nunca la volvería a ver, el vacío del limbo lo abrazó y se puso a imaginar la habitación entera, la cama, la mesilla, la ventana, o no sé.
Título: Yo minuto
Autor: Heliasàr
De la serie: Somos números
Técnica: Voyeurismo introspectivo del mundo que ya conocemos
Año: 2006
Autor: Heliasàr
De la serie: Somos números
Técnica: Voyeurismo introspectivo del mundo que ya conocemos
Año: 2006
2 comentarios:
Está muy chingón.....reflexivo
hola eleazar, pues hasta que por fin di con este espacio para firmarte.
saludos y que estes bien, chidos tus comentarios. soy priscy
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