19.6.07

Un Cuento Inconcluso

Los seres queridos

“Uno tiene varias familias: la de la casa, la del trabajo,
la de los amigos de la escuela, la de los cuates del barrio...
y, en mayor o menor medida,hay que aprender a quererlas a todas por igual”


Tuve la dicha, o tal vez desdicha -pues aún soy incapaz de clasificar qué tan funestas o felices resultaron las consecuencias-, de conocer a O.P. cuando, por azares de la vida, fuimos compañeros de grado en la educación primaria, en el año de 1975.
Muy acorde a nuestra edad, muy conforme a nuestra condición, nos pasábamos las ociosas tardes de nuestra vida deambulando, como si perros perdidos fuéramos, por las calles de nuestro barrio. De tanto en tanto, de cuadra en cuadra, recuerdo bien, O.P. siempre encontraba, premeditada o casualmente, gente que lo conocía y lo saludaba con refinada educación y manifiesto cariño. A pesar de su corta edad, O.P. era el niño más popular que yo conocía. Por más desierto o abandonado que fuera el lugar donde estaba, él siempre hallaba alguien a quién lanzar un saludo, un movimiento de mano, sincerar una sonrisa, regalar una palmada en la espalda, un abrazo o, en el más escueto de los casos, un simple apretón de manos, que, por más simple que termine siendo, siempre acaba diciendo mucho más de lo que podamos pensar que significa, revelando secretos que se esconden tras él. Lo mismo nos pasa también con las palabras, con los gestos, con las inflexiones de voz.
Conforme fuimos creciendo, el círculo de amistades y conocidos de O.P. fue incrementando de diámetro, engordando a causa de la simpatía y sencillez que él tan bien sabía profesar y ejercer, y que a la postre fue, irónicamente, su talón de Aquiles, su calvario, su perdición.
Cuando, en 1985, ambos rondábamos los 17 años de edad, ya nuestra amistad era estrecha y fiel, sólida y resistente, fraguada en base a años de conocernos y mantenernos siempre en contacto. La amistad une toda clase de personas, toda clase de vidas, no importándole el estilo de éstas, ni su apariencia, ni su clasificación. Así, nuestras vidas, la de O.P. y la mía, pese a confluir en una gran amistad, eran sustancialmente distintas. Mientras yo era introvertido, inmaduro e inexperto en muchas cosas, por no decir que en todas, él era sociable, inquieto, había viajado mucho y vivido otro tanto; incluso se podría decir que sus experiencias eran, en promedio, más enriquecedoras y trascendentes que las de una persona común de 17 años. Invariablemente, lo siguieron siendo a través de sus años, en los que, por lógica o por sentido común, adivinamos que siguió ganando experiencias, anécdotas o consejos qué contar o qué compartir con su amplia gama de amistades.
Crecimos. No dejamos de mantenernos en contacto. También nuestros círculos de amistades crecieron. El mío a un ritmo mucho más decelerado que el suyo. Eventualmente, cuando nos sentábamos a tomar un café o una cerveza en aquellos cafés del centro de Monterrey, ya fuera el Nuevo Brasil, el Palace o el Rubio, O.P. me platicaba cómo vivía tan rodeado de gente, tan inmerso en otras vidas que de pronto le costaba trabajo recordar cómo las conoció, incluso batallaba para reconocer la de él mismo. Una vez, con el humo del cigarrillo flotando en el aire que cruzaba su mirada, con el aliento a café que despedía su boca, me confesó que sentía una suerte de temor, un pálpito de inquietud, cuando trataba de imaginar completas todas las vidas que conocía, como si, muy dentro de su mente, desease formar una historia surrealista en base a la niñez de sus amigos, la adolescencia de sus conocidos, incluso los secretos que se esconden tras la aparente adultez de ellos, sus mentiras a medias, sus verdades completas, o viceversa.
Lo cierto era que, y él mismo lo confesaba, aunque más que confesión sonara a presunción humilde, a vanagloria humana, a todos los veía como su familia, como extensos, o incluso extensísimos, o extensisísimos brazos del crecido árbol genealógico que siempre quiso y no logró tener. Era como si la vida, agradecida con él por su ética y sus valores, o por su sencillez y carisma, no sé bien, le estuviera retribuyendo favorablemente todas sus bondades.
Meses después de aquella tímida confesión, lo encontré recorriendo la Calzada. Él iba ataviado con un lindo saco de pana, ya usaba lentes, los cuales, noté con discreción, eran muy parecidos a los que usaba Julio Cortázar, su siempre preferido escritor.
Nos saludamos efusivamente, lo cual para él era normal cosa de todos los días, incluso de cada momento, dada su grata relación con los demás. Me percaté que durante conversábamos, bajo el tibio sol de media mañana y viendo los camiones que pasaban por la calle Zaragoza, él ocasionalmente levantaba la mano en señal de saludo o dibujaba una sonrisa o guiñaba un ojo. Indefectiblemente, sus territorios ya no sólo abarcaban el barrio natal de crecimiento, sino que se habían expandido como crece la mancha urbana de una cosmopolita.
Platicamos sobre cosas triviales, como el trabajo, los amoríos, una que otra novedad o anécdota que hace la aparición en la mente en esos momentos. Huelga decir que él habló de sus familias, término por más extraño e inusual, puesto que todos, cierta e invariablemente, tenemos sólo una familia, la de sangre, claro está. Pero O.P. hablaba de varias familias, de muchas, por lo que yo entendí. Luego comprendería, ya estando acostado en la cama, a punto de dormir, ya más entrado en el pensamiento, que al referirse a sus familias se refería a todos sus amigos: los colegas del trabajo, los viejos amigos de la escuela –donde me incluía a mí-, los de la parroquia, los conocidos en el café o en las tertulias o en los círculos literarios donde él siempre oscilaba.
O.P. habló de ellos con tal cariño y preocupación que, si uno no tuviera noción de su amplio cúmulo de amistades, realmente quedaríamos convencidos, y también sorprendidos en demasía, de aquel hombre que tiene una familia tan grande que no cabría entera en el Arca de Noé.
Antes de despedirnos y seguir nuestro rumbo, yo hacia mi trabajo y él en su recorrido social, primero por avenida Madero, después por Juárez, luego quizá por Reforma o por Colón, o sabrá Dios por dónde, me dijo, siempre hablando de sus familias con la seriedad y rectitud que, al menos para él, el tema ameritaba, que era verdaderamente exhaustiva y preocupante la obligación de dedicarles suficiente tiempo y atención a todas. El domingo, según sus palabras, era el día más conflictivo, pues sus familias siempre querían tenerlo consigo el sagrado día de descanso. Aún turnándose, por educada y práctica regla, vivo ejercicio de ecuanimidad e imparcialidad para con ellas, resultaba un lío, puesto que, como la fila era sumamente larga, a la familia última de la cola tardaría meses en llegarle su dichoso turno de convivir con O.P., con el padre, por citarlo así, con idénticas palabras a las que él mismo convino usar.
Escuchado esto, me fue inevitable construir un gesto de asombro, de confusa perplejidad. Aunque intenté disimularlo, creo que él lo notó, pues me puso una mano en el hombro y, con una mirada zozobrada, se despidió de mí sin exclamar palabra alguna. Concluyo que fue mejor ese silencioso adiós, pues creo que si hubiera tratado de hablar, en lugar de palabras hubieran escapado lágrimas, tal vez un puchero, no sé, y hubiera sido, a todas luces, peor, pues yo me habría quedado extrañado, viéndolo llorar, sin saber exactamente qué se hace en esos casos. Semanas después del tan atribulado y al mismo tiempo risible encuentro, nos vimos en un restaurante en la esquina de Madero y Simón Bolívar, la Superchueca, donde, para mi sorpresa, O.P. lucía notoriamente distinto, con un rostro desencajado, ojeroso, desaliñado, perturbado. En el mismo momento que lo vi, me di cuenta qué tan rápido puede un hombre empeorar su aspecto físico. Cuando platicamos, me di cuenta qué tan rápido puede un hombre empeorar su aspecto emocional y mental, pues O.P. no hilaba ideas, parecía lanzar, negligente y disparatado, frases inconexas, sin sentido.

1 comentario:

joel marley dijo...

Que rol loko!!
Muy bueno, pero no seas inconclusoo jajaja,
Luego "personalmente en persona" te digo lo que pienso de O.P. jaja

sobres loko, ya tenia rato de no pasar por aca, me estoy poniendo al corriente.

que estés muy bien!!!

joel