Varias personas pasaron junto a nuestra mesa, lo saludaron, pero él no les respondió sino con una mirada turbia, desorbitada, liberando el humo del cigarrillo por la nariz. Tensada así la situación, nuestro encuentro no duró más que unos minutos, pues él se retiró, con un paso vacilante, arguyendo una cita de trabajo. Nunca lo volvería a ver.
Indudablemente el tiempo pasa, y con él pasan las palabras, de pronto nos visitan, se quedan, forman rumores y después van de boca en boca. Así fue como un día supe que O.P. había caído en la locura total, no una locura de todos los días, como la que soportamos los que aún tenemos valor de dignarnos cuerdos, sino la locura abismal, esa que se traga a uno definitiva e insensiblemente.
Me enteré que O.P., antes de ser internado en el Hospital Psiquiátrico de la Secretaría de Salud, confundía a sus mal llamadas familias, que se iba al bar a emborracharse con su hija, que se casó con uno de sus mejores amigos, que a la vicepresidenta de su compañía la llamaba mamá y que arreglaba tratos laborales con la portera de su edificio.
Meses después, tomé un camión, me bajé cerca al Tecnológico, caminé unas cuadras y llegué al hospital. Un edificio pequeño, rodeado de una barda, donde entraban y salían pequeñas figurillas vestidas de blanco. Tenía todo para entrar y visitar a O.P., pero algo me faltó, tal vez valor, tal vez amistad.
Regresé a mi casa y aquí estoy, cuidando a los 2 hijos de O.P,, mirando el anillo dorado que él mismo me envió adjunto a la carta donde suplicaba que, mientras él regresara del viaje a la locura, cuidara a los dos hijos que juntos habíamos procreado, educado, criado en un amoroso hogar. Al final mandaba un beso. En el mismo sobre, también venía una foto donde aparecían, con mejor aspecto, él y su esposa. En el dorso de la misma decía que la amaba.
Indudablemente el tiempo pasa, y con él pasan las palabras, de pronto nos visitan, se quedan, forman rumores y después van de boca en boca. Así fue como un día supe que O.P. había caído en la locura total, no una locura de todos los días, como la que soportamos los que aún tenemos valor de dignarnos cuerdos, sino la locura abismal, esa que se traga a uno definitiva e insensiblemente.
Me enteré que O.P., antes de ser internado en el Hospital Psiquiátrico de la Secretaría de Salud, confundía a sus mal llamadas familias, que se iba al bar a emborracharse con su hija, que se casó con uno de sus mejores amigos, que a la vicepresidenta de su compañía la llamaba mamá y que arreglaba tratos laborales con la portera de su edificio.
Meses después, tomé un camión, me bajé cerca al Tecnológico, caminé unas cuadras y llegué al hospital. Un edificio pequeño, rodeado de una barda, donde entraban y salían pequeñas figurillas vestidas de blanco. Tenía todo para entrar y visitar a O.P., pero algo me faltó, tal vez valor, tal vez amistad.
Regresé a mi casa y aquí estoy, cuidando a los 2 hijos de O.P,, mirando el anillo dorado que él mismo me envió adjunto a la carta donde suplicaba que, mientras él regresara del viaje a la locura, cuidara a los dos hijos que juntos habíamos procreado, educado, criado en un amoroso hogar. Al final mandaba un beso. En el mismo sobre, también venía una foto donde aparecían, con mejor aspecto, él y su esposa. En el dorso de la misma decía que la amaba.
4 comentarios:
Hola, buen día
Te invitamos a conocer nuestro blog de literatura: http://www.narcisoygoldmundo.blogspot.com/
Un saludo y muchas gracias por el espacio,
Narciso y Goldmundo
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este que pedo
donde esta el principio
escribe mas we
sobres
plucky
http://elmurodelosmomentos.blogspot.com/2007/06/un-cuento-inconcluso.html
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