21.7.07

Vecinos

No soy ningún voyeurista, y ella no era lo que se dice mi amiga. Era, más bien, mi vecina, nuestra vecina. Se había mudado recién acabado el invierno, por lo que tenía cerca de dos meses viviendo justo frente a mi casa. Pocas veces nos habíamos encontrado cara a cara, pues sus rutas, a pesar de la proximidad de nuestras viviendas, no coincidían mucho con las mías. La última noche me asomé a la calle por la ventana de mi cuarto, el cual daba a la avenida donde vivo, desde donde también podía mirar hacia su departamento, y donde a veces, cuando la suerte miraba conmigo, la veía mudarse de ropas. Esa noche, decía, observé a su cuarto como en algunas otras ocasiones lo había hecho. La televisión no ofrecía nada que valiera la pena y estaba demasiado harto de jugar al play-station, de manera que decidí echar un vistazo a su mundo, esperando ver algo que me revolcara las hormonas. Finalmente, luego de una espera de aproximadamente cinco minutos, apareció. Llevaba un juego de pijama celeste adornado con motivos más claros, suéter y pantalón holgados, aunque no lo suficiente como para dejar perdidas sus curvas. Desde donde yo estaba, y como ella tenía las cortinas abiertas de par en par, la podía ver casi en su totalidad, incluyendo la cama donde dormía, el clóset con sus prendas colgando y una parte de la puerta de su recámara. Cuando entró, cargaba una bolsa de plástico oscuro que puso en su mesita de noche. Abrió la bolsa y extrajo algo, supongo que de tamaño minúsculo, que no alcancé a distinguir y lo puso sobre la cama. Me quedé con la duda de saber qué era, pues los relieves del edredón lo cubrieron como cubre la trinchera al soldado, volviéndolo invisible ante quien intenta observarlo, y me refiero ahora a ambos, tanto al soldado como al objeto pequeño. Ella se ausentó un momento de su cuarto y luego volvió con un vaso de agua que me pareció de tamaño exagerado. Luego se sentó en la cama, dándole la espalda a la ventana, a la calle, y, por consiguiente, a mí. En esa posición, la perspectiva que yo tenía no era ya tan clara, pues sólo veía una parte de su cuerpo, su brazo izquierdo, una parte de la espalda y, dependiendo de sus movimientos, su cabeza. Seguí esperando el momento en que comenzara la acción, eso que a mí, y a mi morbo, nos parecía interesante, pero ella no hizo más que darle una buena cantidad de tragos a su vaso. Yo sólo podía adivinar los incontables movimientos de su único brazo visible y el múltiple inclinar hacia atrás de su cabeza cuando, supongo yo, pasaba el líquido por su garganta. Luego de que terminó con el agua, vi que se puso de pie y apagó el foco. En plena oscuridad, ya sin nada que me revelara sus movimientos, la imaginé acostarse y dormir profundamente. Lo que siguió después fue demasiado rápido y al mismo tiempo desconcertante, tanto que hoy mismo tengo problemas cuando, dentro de mi mente, intento poner en orden cada suceso. Poco después, vi que un coche, el de sus padres, aparcó afuera de su casa, éstos bajaron y entraron a ésta. Varios minutos luego, se encendió la luz de la alcoba de ella y pude ver en su madre, quien estaba al lado de la puerta, el rostro mismo del terror. Aunque suene absurdo, “la vi gritar”, pues fui incapaz de escucharla, pero con sólo ver el pánico en cada centímetro de su rostro fue como si hubiera escuchado un aullido de dolor, de esos que revientan los tímpanos y erizan la piel. La madre corrió hacia la cama, abrazó a su hija, quien, conjeturé yo, quizá no estaba tan dormida como al principio yo lo había pensado. Luego entró el padre al cuarto y, también con un manifiesto semblante de dolor y pánico, movió el cuerpo de su hija, quien, a su vez, seguía acostada, inmóvil, en la cama. El padre tomó el teléfono y, en cuestión de minutos, escuché a lo lejos el amargo, potente y agudo llorar de unas sirenas. Lo curioso es que la ambulancia llegó, los paramédicos entraron, bajaron sus maletines, la camilla, uno que otro aparato médico del cual desconozco el nombre, pero no fueron ellos quienes se llevaron a la chica. Quienes lo hicieron, más tarde, fue una camioneta blanca tipo Van que tenía un rótulo que rezaba “Servicio Médico Forense“. Esa noche, como les digo, fue la última que vi a esa chica con vida. Hoy por la mañana me han llamado las autoridades, quienes piensan que se trató de un suicidio, para que, como vecino que soy, me presente a las corporaciones policíacas a declarar si vi algo extraño esa noche, ya que aún no descartan un crimen, un asesinato, un envenenamiento, que al caso son todos lo mismo. Pienso contarles todo, con la previa aclaración de que no soy ningún voyeurista.

4 comentarios:

Pluck dijo...

ola we que pedo con todo o que tienes ya esta para un libro
que te publiquen

edegortari dijo...

Pues si está para que lo publiques. Deverías mandarlo a alguna revista. Saludos.

JOEL MARLEY dijo...

EJELE ESE YA LO HAÍA LEIDO QUE NO??
LO HABÍAS PUESTO ANTES O ME EQUIVOCO?
O FUE EN ALGUN OTRO ESPACIO??
RESPONDE CARAJO!!!
JAJAJA

SALE LOKO, MUY SHIDO

SEGUÍS EN LA MIRA!!!

BUENA VIBRA!

JOEL

Pluck dijo...

que habido we soy yo el mas pequeño de tus admiradores el buen plucky, bonitos tus relatos