Así como son de templadas las madrugadas, lo único que siempre me queda es pensar vagamente y escuchar los sonidos de la noche, lejanos murmullos del correr de los autos, gritos en sordina, sirenas, ladridos. Ruidos burlones y distantes que nacen de mis calles y mueren en ellas mismas. A veces pienso que parecen de fantasmas, o más bien, que son de una ciudad fantasma, que al caso viene siendo lo mismo. Entonces, sintiéndome iluminar por la débil luz de los semáforos y del alumbrado público, me pongo a pensar en las personas que nos habitan. A ti y a mi. Esos seres que son y no son, gente que quiere ser y gente que nunca pudo ser. Y no es esa la única pesadumbre que me une contigo o que te une a mí, sino también la tristeza de estos mismos seres, su odio, su hambre, su polvo, su caminar torpe por nuestras calles, las cuales, por otra parte, son también las mismas tanto en tus entrañas como en las mías, vaya coincidencia. Es así como, no sé si a causa del sueño o por la fascinación que me despiertas, me afierro a la idea de que tú y yo somos iguales. Separados por la distancia, pero unidos, paradójicamente, por ésta misma, como si fuera el distanciamiento una vena aorta, profunda, sustancial, que une nuestros dos corazones en uno mismo. Llego eventualmente a la conclusión de que hay ciudades gemelas por el mismo motivo por el que hay almas gemelas, porque siempre se necesitan de dos para ser uno mismo, para encontrarse y no permanecer velando como un fantasma. Sin embargo, pensándolo dos veces, no me molestaría ser una ciudad fantasma, siempre y cuando tú y yo fuéramos ciudades gemelas. Claro, a reserva de que digas otra cosa.
29.9.07
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1 comentario:
que bonito!!
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