Nunca conoció a alguien como ella, por lo que, en el momento en que se dio cuenta que la amaba, tuvo la distanciada esperanza de que fuera la mujer de su vida. Sentado a la mesa, frente a unos cubiertos con todavía frescas señales de comida oriental, y luego de haber compartido un postre de fresa, le pidió que compartieran el resto de sus vidas. Ella, con una dulce sonrisa de pena, de distanciamiento, como con la sensación de ser ajena a las circunstancias, se negó a la proposición, arguyendo que sólo podían ser amigos. Él, sin dramas ni desmesuras, aceptó con calma entereza, entonces ella se irguió y, como mujer en momento incómodo, fue al tocador. Lleno de un rebosante optimismo y autoestima, estuvo seguro de que ella estaría llorando frente al espejo, en silencio, en soledad, dejando fluir las lágrimas como las dejan fluir aquellos que lloran por un amor ajeno. Minutos después, ella regresó y se sentó a la mesa a jugar con una servilleta arrugada, mientras él, con un semblante de olvido y sordidez, hacía el ademán de firmar en el aire para pedir la cuenta, mientras, en el rostro de ella, buscaba rimel corrido bajo la claridad de sus ojos.
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1 comentario:
Lei algo parecido de Amado Nervo, es muy bueno tambien como este , es un tema parecido.
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