1.
Luego de clases, fuimos a cenar a un restaurante que estaba cerca de la escuela. Al final, cada quien entregó la cantidad de dinero que correspondía a lo que había consumido de cena, que si choripán, bondiola o vacío, pues la cerveza la dividiríamos entre todos. Una compañera contó el dinero, un montón de billetes chicos y medianos y alguna que otra moneda, en total daban un poco más del monto de la cuenta. Lo dejó en el centro de la mesa, junto con el recibo, y quizá por el entusiasmo de irnos de una vez al bar al que siempre íbamos después de cenar, nos paramos con una sospechosa premura, dimos las gracias y nos retiramos. Habíamos recién salido del local y dado algunos pasos cuando nos alcanzó la mesera, diciéndonos que el monto a pagar era de 80 pesos argentinos y que lo que habíamos dejado en la mesa no llegaba siquiera a 60. La chica que lo contó, en su defensa, arguyó, Ok, ok, lo conté mal, estoy borracha.
2.
Esa tarde fui al parque con uno de mis sobrinos, quien, al llegar, se dirigió directamente a los columpios. Justo cuando nos acercamos, iba llegando una señora con su hijo, así que a mi sobrino, quien en ese entonces no tenía más de cuatro años, lo ayudé a subirse, y luego la señora subió a su hijo al columpio contiguo. Antes de que ambos, la señora y yo, comenzáramos a impulsar a los chicos, mi sobrino volteó y miró al hijo de la señora con los típicos ojos infantiles llenos de curiosidad y extrañamiento. Yo, no sé si por parece simpático, le dije a mi sobrino, Saluda al niño, dile hola al niño. La señora me miró con expresión grave. Miré de nuevo a la criatura y la sangre se me agolpó en el rostro. Es niña, ¿verdad?, le dije. La señora asintió sin decir palabra alguna.
3.
Teníamos prisa y no encontrábamos la llave de la puerta principal para salir de casa. Buscábamos en los portallaveros, en los cajones, en las mesitas, en la cocina, arriba del refrigerador, entre los cojines del sillón, y nomás no aparecía. Entre la agitada búsqueda, de pronto encontré un llavero que, entre otras más, incluía una llave que se me hizo conocida. La probé en la puerta que había que abrir y funcionó. Entre la prisa, el nerviosismo, la emoción y el alivio, les avisé a mi mamá y a mi hermana que la puerta estaba ya abierta. Cuando se acercaron, fue que lo dije, salió así, de mi boca a sus oídos, Encontré otra llave que no es la de aquí, pero es igual y también abre, exclamé. Pues entonces ésa es la llave, dijo mi mamá. Me paralicé y no pude decir nada, sólo pasé saliva y miré la llave colgando del picaporte, mientras ambas me observaban como preguntándose con qué me había drogado.
Luego de clases, fuimos a cenar a un restaurante que estaba cerca de la escuela. Al final, cada quien entregó la cantidad de dinero que correspondía a lo que había consumido de cena, que si choripán, bondiola o vacío, pues la cerveza la dividiríamos entre todos. Una compañera contó el dinero, un montón de billetes chicos y medianos y alguna que otra moneda, en total daban un poco más del monto de la cuenta. Lo dejó en el centro de la mesa, junto con el recibo, y quizá por el entusiasmo de irnos de una vez al bar al que siempre íbamos después de cenar, nos paramos con una sospechosa premura, dimos las gracias y nos retiramos. Habíamos recién salido del local y dado algunos pasos cuando nos alcanzó la mesera, diciéndonos que el monto a pagar era de 80 pesos argentinos y que lo que habíamos dejado en la mesa no llegaba siquiera a 60. La chica que lo contó, en su defensa, arguyó, Ok, ok, lo conté mal, estoy borracha.
2.
Esa tarde fui al parque con uno de mis sobrinos, quien, al llegar, se dirigió directamente a los columpios. Justo cuando nos acercamos, iba llegando una señora con su hijo, así que a mi sobrino, quien en ese entonces no tenía más de cuatro años, lo ayudé a subirse, y luego la señora subió a su hijo al columpio contiguo. Antes de que ambos, la señora y yo, comenzáramos a impulsar a los chicos, mi sobrino volteó y miró al hijo de la señora con los típicos ojos infantiles llenos de curiosidad y extrañamiento. Yo, no sé si por parece simpático, le dije a mi sobrino, Saluda al niño, dile hola al niño. La señora me miró con expresión grave. Miré de nuevo a la criatura y la sangre se me agolpó en el rostro. Es niña, ¿verdad?, le dije. La señora asintió sin decir palabra alguna.
3.
Teníamos prisa y no encontrábamos la llave de la puerta principal para salir de casa. Buscábamos en los portallaveros, en los cajones, en las mesitas, en la cocina, arriba del refrigerador, entre los cojines del sillón, y nomás no aparecía. Entre la agitada búsqueda, de pronto encontré un llavero que, entre otras más, incluía una llave que se me hizo conocida. La probé en la puerta que había que abrir y funcionó. Entre la prisa, el nerviosismo, la emoción y el alivio, les avisé a mi mamá y a mi hermana que la puerta estaba ya abierta. Cuando se acercaron, fue que lo dije, salió así, de mi boca a sus oídos, Encontré otra llave que no es la de aquí, pero es igual y también abre, exclamé. Pues entonces ésa es la llave, dijo mi mamá. Me paralicé y no pude decir nada, sólo pasé saliva y miré la llave colgando del picaporte, mientras ambas me observaban como preguntándose con qué me había drogado.
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