Es una escena extraña. A las 7 de la tarde el Barrio Antiguo ya padece los síntomas del tráfico. Ha llovido durante todo el día, y las calles, los autos, las casas, presumen todavía el brillo de la lluvia.
Él sale de su oficina y avanza por la calle Mina hacia el sur. Camina exactamente dos cuadras hasta llegar a donde dejó estacionado su coche. Luego de abordarlo, comienza el viaje. Semáforos, filas, tardanza.
En la humedad de la calle y las aceras se reflejan las luces de la noche. Por las rendijas del aire acondicionado, por la delgada apertura de la ventana del coche, se filtra el aroma a noche fresca y húmeda, noche fresca y fulgurante, noche fresca y templada. Aunque la pulcritud del cielo parece pensarlo dos veces antes de aparecer, está claro que las nubes grises ya van de salida.
Él toma su teléfono celular. Manejando con una sola mano, alternándola entre la palanca de cambios y el volante, encuentra en la agenda del móvil un número. Después marca.
-Buenas noches, ¿doctor Gallo?
Una pausa. Los coches se mueven sólo un par de metros, por lo que para avanzar es más que suficiente utilizar sólo el embrague.
Por la bocina del teléfono se escucha, proveniente del otro lado, el saludo.
-Qué tal, habla Daniel, Daniel Lugo… Es que le hablaba para avisarle que sigo en el trabajo y pues se me hace que voy a salir tarde…
Por la apertura de la ventana del coche ahora se filtra el agudo sonido de un claxon. Daniel, avergonzado, se apura a cerrar la ventana.
-…entonces se me hace que hoy no voy a poder ir a terapia. Este…
La bocina lo interrumpe. Se escucha una respuesta breve, cómoda.
-Sí, sí, muchas gracias, doctor. Usted disculpe. Como quiera no se preocupe… yo le hablo para vernos la semana próxima, ¿ok? Muchas gracias, hasta luego.
Del otro lado, otra respuesta breve, precisa. Luego finaliza la llamada. Cuelga el teléfono y suspira. La fila de coches avanza un tanto más, pero ahora Daniel sí utiliza el acelerador.
En la humedad de la calle y las aceras se reflejan las luces de la noche. Estas luces no son otras que las de los semáforos, los autos, las lámparas mercuriales, los anuncios luminosos. Y Daniel las mira sin mirarlas. Mientras los coches avanzan lenta, muy lentamente, Daniel se pregunta si su psicólogo se habrá dado cuenta de la verdad. Se pregunta si lo habrá notado, se pregunta qué pensará de él. Luego mira el espejo retrovisor, luego el espejo lateral, y percibe la larga fila de autos que se forma tras el suyo, sobre la calle Padre Mier. Después, como si deseara realizar una comparativa, mira más allá de los autos que están delante de él, y a lo lejos ve agitarse, con la dureza de un viento recién resucitado, las palmeras que salen del camellón de la avenida Venustiano Carranza.
Vuelve a tomar el celular. Encuentra otro número y marca de nuevo. Quien contesta es el buzón de voz.
-Ehh… Sonia… Soy yo, Daniel. Ya voy para allá, nomás que hay mucho tráfico, pero ahorita llego, ¿va? Este… Y pues si quieres, ve pensando cuál película quieres ver.
Hace una pausa. Lo desconcierta tanto silencio en el otro lado.
-Bueno, amor… Ehh… Estoy muy feliz de que estemos otra vez juntos. Bueno, nos vemos ahorita. Un beso. Bye.
Al colgar, los autos han avanzado menos de una cuadra. Daniel maneja. Daniel maneja meciéndose el cabello con la mano izquierda. Posa el codo en el borde de la ventana. Sobre el parabrisas comienzan a violentarse gotas de lluvia.
En la humedad de la calle y las aceras se reflejan las luces de la noche.
Es una escena extraña. No forma parte de ninguna película de amor.
Él sale de su oficina y avanza por la calle Mina hacia el sur. Camina exactamente dos cuadras hasta llegar a donde dejó estacionado su coche. Luego de abordarlo, comienza el viaje. Semáforos, filas, tardanza.
En la humedad de la calle y las aceras se reflejan las luces de la noche. Por las rendijas del aire acondicionado, por la delgada apertura de la ventana del coche, se filtra el aroma a noche fresca y húmeda, noche fresca y fulgurante, noche fresca y templada. Aunque la pulcritud del cielo parece pensarlo dos veces antes de aparecer, está claro que las nubes grises ya van de salida.
Él toma su teléfono celular. Manejando con una sola mano, alternándola entre la palanca de cambios y el volante, encuentra en la agenda del móvil un número. Después marca.
-Buenas noches, ¿doctor Gallo?
Una pausa. Los coches se mueven sólo un par de metros, por lo que para avanzar es más que suficiente utilizar sólo el embrague.
Por la bocina del teléfono se escucha, proveniente del otro lado, el saludo.
-Qué tal, habla Daniel, Daniel Lugo… Es que le hablaba para avisarle que sigo en el trabajo y pues se me hace que voy a salir tarde…
Por la apertura de la ventana del coche ahora se filtra el agudo sonido de un claxon. Daniel, avergonzado, se apura a cerrar la ventana.
-…entonces se me hace que hoy no voy a poder ir a terapia. Este…
La bocina lo interrumpe. Se escucha una respuesta breve, cómoda.
-Sí, sí, muchas gracias, doctor. Usted disculpe. Como quiera no se preocupe… yo le hablo para vernos la semana próxima, ¿ok? Muchas gracias, hasta luego.
Del otro lado, otra respuesta breve, precisa. Luego finaliza la llamada. Cuelga el teléfono y suspira. La fila de coches avanza un tanto más, pero ahora Daniel sí utiliza el acelerador.
En la humedad de la calle y las aceras se reflejan las luces de la noche. Estas luces no son otras que las de los semáforos, los autos, las lámparas mercuriales, los anuncios luminosos. Y Daniel las mira sin mirarlas. Mientras los coches avanzan lenta, muy lentamente, Daniel se pregunta si su psicólogo se habrá dado cuenta de la verdad. Se pregunta si lo habrá notado, se pregunta qué pensará de él. Luego mira el espejo retrovisor, luego el espejo lateral, y percibe la larga fila de autos que se forma tras el suyo, sobre la calle Padre Mier. Después, como si deseara realizar una comparativa, mira más allá de los autos que están delante de él, y a lo lejos ve agitarse, con la dureza de un viento recién resucitado, las palmeras que salen del camellón de la avenida Venustiano Carranza.
Vuelve a tomar el celular. Encuentra otro número y marca de nuevo. Quien contesta es el buzón de voz.
-Ehh… Sonia… Soy yo, Daniel. Ya voy para allá, nomás que hay mucho tráfico, pero ahorita llego, ¿va? Este… Y pues si quieres, ve pensando cuál película quieres ver.
Hace una pausa. Lo desconcierta tanto silencio en el otro lado.
-Bueno, amor… Ehh… Estoy muy feliz de que estemos otra vez juntos. Bueno, nos vemos ahorita. Un beso. Bye.
Al colgar, los autos han avanzado menos de una cuadra. Daniel maneja. Daniel maneja meciéndose el cabello con la mano izquierda. Posa el codo en el borde de la ventana. Sobre el parabrisas comienzan a violentarse gotas de lluvia.
En la humedad de la calle y las aceras se reflejan las luces de la noche.
Es una escena extraña. No forma parte de ninguna película de amor.
1 comentario:
Ese wey jala por donde yo jalo, jeje, a lo mejor lo he visto por aqui y no me he dado cuenta, Saludos estuvo bueno, pero... (no le entendí)
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