29.1.10

La edad sin gloria

Cada edad, cada etapa de la vida, te va ofreciendo experiencias y perspectivas distintas y peculiares, cada una muy singular respecto al lapso de la existencia que estés viviendo. Sin embargo, me he dado cuenta que tener 26 años no tiene la misma emoción que tiene cualquier otra edad.
Es hasta los 13 años que uno resulta ser una criatura tan soñadora como ingenua que ve el mundo con ojos de ilusión e inocencia, lo que va haciendo la vida más entretenida. A los 14 aparecen la crisis de identidad, la rebeldía y la búsqueda de respuestas, que generalmente nos lleva a caer en problemas y conflictos que acaban por caracterizar a la adolescencia. Sin los pleitos en casa, los regaños escolares y las huidas del hogar, un adolescente no es adolescente.
Así es hasta los 18 años, porque al cumplir 19, y hasta los 23, uno ya es casi adulto. En teoría, debe contar con responsabilidades y deberes que cumplir. Sin embargo, como a esos años todavía existe una falta de madurez y de capacidad de asimilación, el individuo cae en una etapa de “adulto wannabe”: un pre-adulto que va por la vida solamente creyendo serlo, soñando ser independiente y autosuficiente, casi siempre sin conseguirlo.
Los 24 y los 25 son la antesala de la adultez definitiva. Son la última llamada para quien no ha entendido que sigue siendo adolescente y que tiene que dejar de serlo. Son el Apocalipsis, el derrumbe, el acabose absoluto. Uno no madura por completo hasta esta edad, cuando advierte que la realidad no es como había creído que era. Es este abrir de ojos lo que hace admirable a esta etapa, colmada tanto de objetividad y crudeza como de resignación y lucha.
Después viene un hueco, un limbo penumbroso a donde no llega sonido ni luz alguna. En ese vacío están los 26. Porque los 26 están tan lejos de todas las edades anteriores pero tampoco le llegan a los talones de los 27, 28 y 29, que ya apuntan más para los 30 y que guardan ya cierta personalidad, cierto aire que merece respeto y admiración. Aunque todavía no estoy ahí, tengo muchos amigos que sí y es por eso que lo digo.
Claramente, esta fase, la de los 27 a los 30, no es tan divertida como la niñez o tan intensa como la adolescencia, pero lo que pierde lo compensa con experiencia y madurez. A esta edad ya tienes que saber a dónde vas. Si no lo sabes, estás acabado.
Los 26 son, reafirmo, un número débil, timorato y perdido, el hermano lento que se quedó atrás. Por eso y por todo, los 26 no me convencen.
El sábado, en una reunión social, mentí y dije que tengo 27. A partir de ahí los presentes comenzaron a mirarme con aprobación. A excepción de una adolescente a quien le había estado sonriendo. Ella me miró con repugnancia y desdén, como si observara a un enfermo mental.
Disfrutar esos giros y contrastes, aceptación y rechazo, placer y furia, es propio de los 27. Y es, por mucho, más atractivo que toda la basura banal que les pasa a esos que todavía tienen 26.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Importante señalar que a los 13... no se tiene ni idea de lo que a uno le espera, aún así, se tiene la osadía de pretender adelantarse a crecer, desconociendo las preocupaciones.

Faltó mencionar los 15, se piensa que ya eres bastante grande y tienes las energías para dominar al mundo.

Siento miedo de los 25. Mucho miedo.

La vida deja de ser divertida en cuanto tu permitas que deje de serlo. Tarde o temprano.

La madurez llega verdaderamente hasta que te cae el 20. Zaz!

gabyflo dijo...

Nunca se es demasiado adulto para ser demasiado niño... mijo, el tiempo pfffff es lo de menos!!!!