4.3.06

El miedo de todas las mañanas

Ella salió de casa como todos los días, con su almuerzo, caliente aún, dentro de una bolsa de Gigante, su morral bohemio al hombro y las llaves del coche, frías y tristes, entre los dedos, más tristes aún, de su mano derecha. La mañana, ya total y absolutamente despabilada del nocturno letargo, le coqueteó brillante, con un sol entusiasta y fervoroso que animaba a gente que deambulaba de un lado a otro rápidamente, cual autómatas matutinos rumbo a sus labores. Un latigazo de nerviosismo le sacudió la espalda, expandiéndose luego, como si se tratase de una enfermedad degenerativa que, fulminante, se desplaza por órganos o nervios o músculos. Ya dentro del auto, y mientras aguardaba a que el motor tomara el calor suficiente o la valentía precisa, le rozó el aroma entremezclado de Glade con pastel de carne, imaginó luego a su abuela frente al televisor, intentando protegerse del frío que eternamente sentía con un rebozo tan gordo como el gato de la familia, atenta ella a las noticias matutinas, sobre todo a la nota roja, sección que, jamás en la vida, nunca en los días, faltaba, quedaba mal o escaseaba en los informativos. Qué feo despertar de esa manera, pensó, sin precisar si se refería a quien observaba el noticiario o a quien despertaba adentro de éste. Después, otra palpitación más violenta, ésta vez de miedo, le surcó cada centímetro de la columna, avivando la inquietud, la resignación, la torpeza, la feliz tristeza de quien se sabe lanzándose al vacío, seguro de su misma muerte. Entonces pisó el pedal del embrague y con una delicadeza, inocente pero segura, arrancó. Volteó hacia la ventana de su casa y alcanzó a adivinar el rostro de la abuela, el rebozo gordo, asomando por entre las cortinas arrugadas y zarandeando despacio la anciana mano en señal de despedida. Ella le contestó con el mismo gesto, casi segura de que no se volverían a ver. Por la noche, ella y su abuela cenaron juntas, pendientes de las noticias. Al día siguiente experimentó el mismo sentir de la mañana anterior, y también al día siguiente del siguiente, y al que sigue del siguiente del siguiente, sin hallarle razón alguna, encontrando a la sensación absurda y en fuera de lugar, pues ese miedo sólo asalta a quienes habitan ciudades de locos o de energúmenos o de neuróticos o de desquiciados pero no a gente normal como ella.

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