Salí del departamento con el morral y la mochila llenos de envases de Quilmes e Iguanas. Mi compañero también. Teníamos que devolverlos a una amiga que nos los había prestado para la fiesta que hace exactamente una semana hicimos en el minúsculo departamento donde vivimos. Nos tomamos el 152, rumbo a Palermo, barrio donde ella vive. El trayecto fue largo, más de cuarenta minutos mirando por la ventana, soportando el calor mío y, lo que es peor, el calor acumulado de los demás pasajeros. Luego de cruzar media Capital Federal, nos bajamos en Güemes y Gurruchaga, hicimos siete cuadras a pie y llegamos a su edificio. Once botellas fueron las que le entregamos. Unas tenían todavía algo de líquido en su interior. El morral, la mochila, quedaron con aroma a cerveza, el mismo efecto del resabio que permanece en la boca luego de tomar café. Nos despedimos de nuestra amiga y anduvimos a pie hasta la escuela. Otras ocho o nueve o diez cuadras caminando, menos mal que los edificios nos escondían del sol. El viento, con una velocidad mayor a la de nuestro paso, de pronto corría por la acera, las hojas de los árboles se movían como usualmente se movían en aquel invierno porteño que desde hace unos cuantos meses ya no está, y que el sol, el calor, el brillo en el rostro de la gente, tanto nos hace extrañar. Llegamos a la escuela. Los viernes no cursamos pero nos olvidamos de abonar la mensualidad, así que, luego de pagar la cuota a la recepcionista con el culo más bueno de todo Buenos Aires, caminamos hasta Santa Fé, para, entre el ocio, el aburrimiento, el hambre, decidir venir a un restaurante al que algunas veces vinimos a cenar. Y entonces en Santa Fé con Scalabrini Ortiz nos tomamos el subte, transbordamos en la estación 9 de Julio para tomar la línea del subte color rojo, de la cual me olvidé el nombre. El caso es que terminamos bajándonos, o con apego a la realidad, "subiendo" del subterráneo al exterior en Ángel Gallardo. El restaurante estaba cerrado. Abren hasta las ocho y media de la noche y eran las siete treinta. Caminamos unas cuadras. Nos perdimos en un barrio que parece ser Caballito, Villa Crespo, Colegiales. No estoy seguro y me da pena preguntar, me da algo raro el hacerme notar como extranjero y sentir la mirada de los que me ven como el extranjero que soy. Y bueno. Luego de ubicarnos, decidimos entrar a este cibercafé donde, a falta de contactos del messenger, a falta de contenido relevante en la Internet, me solté escribiendo esto, sin ningún otro propósito en especial que no sea hacer correr más rápido al tiempo. Así los putos del restaurante éste que está a dos cuadras abren y puedo ir a disfrutar un buen bife de chorizo. O quizá bondiola. O tal vez entraña. No he probado la entraña todavía. Quizá sea un buen día para hacerlo.
14.11.08
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