Abrázame, Laura Fitz. Abrázame porque es de la única forma en que puedo ser yo. Abrázame porque si no me sostengo me caigo. Ya me dejaron esquinado y solo y este que ves no soy yo, porque ahora no soy más que un montón de frascos blancos y amargos y un chorro de líquidos espesos y blancuzcos que no soy yo, porque te digo que eso no soy yo.
Bien que me entiendes, porque me ves y no me reconoces. Yo también te entiendo. Yo también lo haría. Quiero decir que yo tampoco me reconocería con toda esta sarta de tubos y plásticos que ni necesito ni pedí.
Abrázame, Laura. No llores; mejor abrázame. No le hace que después lloremos porque los últimos 20 años ya no fueron como los otros 30. Ya nada es igual pero nosotros no tenemos la culpa.
Mira. Ven. Ven. Qué fría tienes la mano. Qué suave pero qué fría. Este vestido nunca te lo vi, pero es bonito como tu cara y como tus ojos cafés. Sí, ya sé que el vestido también es café, por eso lo decía. Porque es bonito como tu sonrisa, Laura. Ve qué bonita sonrisa, y tus dientes, y tus labios. Tú lo que quieres es hacerme suspirar, ¿a poco no?
No, ¿a dónde vas? Mira. Todavía te puedo sentir. Todavía me puedes sentir aunque ya ninguno de los dos huela a como olíamos antes, aunque tu cabello ya no me haga cosquillas en la cara, aunque mi barba no te raspe las mejillas. Déjame tocarte la cintura, déjame ponerte las manos en las caderas y de paso sentir el roce de tu vestido y tratar de adivinar de qué tela es.
Ese vestido fue el primero que te compré, ¿te acuerdas? Te acuerdas que yo te lo compré, ¿verdad? Fue una vez que fuimos a Salinas y Rocha. Te gustaba mucho ir ahí. Ya sé que fue en pagos, pero yo te lo compré. Y tú me sonreíste. Porque además te quedó muy bien.
Pero Laura… Te digo que todavía me puedes abrazar. Abrázame; ándale. No te vayas. Cada que te vas, soy menos yo.
Es por el dinero, ¿verdad? ¡Es por el pinche dinero! No mames, Laura. En serio, no mames. Es porque ya no soy yo. ¿A poco crees que estoy aquí por gusto?
No seas pendeja, Laura. Tú no eras así antes. Yo tampoco era así antes. Pero te digo que ni tú ni yo tenemos la culpa.
Abrázame. No te vayas. No les hagas caso, Laura. Los doctores ni saben. Los pinches doctores nunca saben.
Bien que me entiendes, porque me ves y no me reconoces. Yo también te entiendo. Yo también lo haría. Quiero decir que yo tampoco me reconocería con toda esta sarta de tubos y plásticos que ni necesito ni pedí.
Abrázame, Laura. No llores; mejor abrázame. No le hace que después lloremos porque los últimos 20 años ya no fueron como los otros 30. Ya nada es igual pero nosotros no tenemos la culpa.
Mira. Ven. Ven. Qué fría tienes la mano. Qué suave pero qué fría. Este vestido nunca te lo vi, pero es bonito como tu cara y como tus ojos cafés. Sí, ya sé que el vestido también es café, por eso lo decía. Porque es bonito como tu sonrisa, Laura. Ve qué bonita sonrisa, y tus dientes, y tus labios. Tú lo que quieres es hacerme suspirar, ¿a poco no?
No, ¿a dónde vas? Mira. Todavía te puedo sentir. Todavía me puedes sentir aunque ya ninguno de los dos huela a como olíamos antes, aunque tu cabello ya no me haga cosquillas en la cara, aunque mi barba no te raspe las mejillas. Déjame tocarte la cintura, déjame ponerte las manos en las caderas y de paso sentir el roce de tu vestido y tratar de adivinar de qué tela es.
Ese vestido fue el primero que te compré, ¿te acuerdas? Te acuerdas que yo te lo compré, ¿verdad? Fue una vez que fuimos a Salinas y Rocha. Te gustaba mucho ir ahí. Ya sé que fue en pagos, pero yo te lo compré. Y tú me sonreíste. Porque además te quedó muy bien.
Pero Laura… Te digo que todavía me puedes abrazar. Abrázame; ándale. No te vayas. Cada que te vas, soy menos yo.
Es por el dinero, ¿verdad? ¡Es por el pinche dinero! No mames, Laura. En serio, no mames. Es porque ya no soy yo. ¿A poco crees que estoy aquí por gusto?
No seas pendeja, Laura. Tú no eras así antes. Yo tampoco era así antes. Pero te digo que ni tú ni yo tenemos la culpa.
Abrázame. No te vayas. No les hagas caso, Laura. Los doctores ni saben. Los pinches doctores nunca saben.
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