20.10.11

Bola blanca

Nada suena más absurdo que perder una guerra contra lo absurdo, y es que las latas de cerveza tiradas en el suelo siempre son los muertos de una guerra contra las dudas. Uno tiene la realidad aplastándole y es por eso que busca días para voltearla, sacudirla, quitarse unas toneladas de encima y continuar. Y entonces la batalla. Y los himnos. Y los gritos de rencor. Y el sudor y la sangre y las playeras sucias, los rostros descompuestos, las palabras desordenadas y los diálogos en sordina. Cerrar los ojos y morir de pie o abrir la boca y beber hincado. Y luego del estruendo, pausas en el aire de mudez y oscuridad. Es entonces cuando la gente pierde de vista las preguntas y el dolor, el peso de las tardes y de los horizontes marrones. Sin ellos saberlo, las dudas siguen ahí, arañando cráneos, rasgando espaldas. Amanece y la gente se pone de pie y quizá el sol les quiebra el gesto de la cara y quizá también patean una lata de cerveza mientras se encaminan al baño. Se ponen de rodillas. Un último ritual antes de seguir.

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